jueves, 30 de abril de 2015

Divulga tu obra: "Todos los sábados" (de Roque Rubiales Palacios)

Compartimos un nuevo relato. Esta vez de Roque Rubiales. De la maravillosa Sevilla él debe de ser...


TODOS LOS SÁBADOS

No tengas miedo; pues el miedo es no saber lo que pasará, o desconocer algo. Yo tampoco se qué nos deparara la vida; pero sí se, que lo que me resta de ella, la quiero pasar contigo.

Desnuda en la cama.

No hables, sigue así, medio dormida, conservando en tu cuerpo los placeres de la noche; tus mejillas aún sonrojadas, tus ojos llenos de brillo, tus labios, mojados por la pasión; tu cuerpo, aún en llamas; tu pelo alborotado, anárquico testigo del delito de amarnos.

Las sábanas que anoche nos revestían, andan por ahí desayunando.
Yo, de lado, y con el codo apoyado en el lecho, la palma de la mano en la cabeza, no me canso de mirarte. Entreabres los labios, buscando aire, convirtiendo ese nimio acto en el más erótico de los momentos.

Recuerdo, ahora, el día que me declare a ti.
Tú tenías apenas veintidós años, superándote yo en tres años más. Nos conocimos en Guillena; tu de allí, yo de La Torre.
Los sábados nos encontrábamos en la discoteca, tu acompañada de tu grupo de amigas, y yo del mío; cuando los dos grupos se hicieron amigos, ya habíamos cruzado conspiradoras miradas.
Los ojos, son los primeros galantes del cuerpo.

Después, casi sin darnos cuenta, pues el tiempo se nos pasaba muy deprisa, siempre estábamos juntos, hablando de mil cosas, importantes o no.

Te cité un miércoles de mayo.

Fuimos con el coche a Sevilla, al parque de María Luisa, a disfrutar de aquel día de sol, y de todo lo que nos ofrecía aquel magnifico edén.

Almorzamos sobre una manta en la hierba, oliendo a miles de fragancias, escuchando aves en cortejo, mirándote a los ojos, riéndonos sin saber de qué.

Tras la comida el postre.

- Ana te quiero muchísimo. ¿Quieres ser mi novia?

Una sonrisa nerviosa adelantó el veredicto; luego, fortalecida por sus labios dijo:

Sí Juan. Te quiero.

Nuestros labios sellaron,
el pacto nunca abolido,
y en el cielo, un manto azul,
discreto y bello testigo.

30 años más tarde...

Un hombre de traje negro, se cruzó con dos empleados del cementerio, haciéndose un saludo rápido, antes de salir por la puerta.

Cuando los dos servidores quisieron volverse, él ya no estaba.

- Pedro. Todos los sábados viene ese viejo, se pone ahí en ese nicho; y mientras lo arregla, no para de hablar, como si la muerta lo oyera. Lo he visto besar el nicho, llorar, y lo más raro, declarársele.

- Bueno,  Manolo, eso tiene sus ventajas.

- ¿Qué ventajas?

- Nunca te va ha decir que no.

Pequeñas sonrisas.

- Son casi las dos, vámonos a por unas cervezas en la peña bética.

- Ves, yo sí te voy a decir que sí.

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