Compartimos un nuevo relato. Esta vez de Roque Rubiales. De la maravillosa Sevilla él debe de ser...
TODOS LOS SÁBADOS
No tengas
miedo; pues el miedo es no saber lo que pasará, o desconocer algo. Yo
tampoco se qué nos deparara la vida; pero sí se, que lo que me resta
de ella, la quiero pasar contigo.
Desnuda en
la cama.
No hables,
sigue así, medio dormida, conservando en tu cuerpo los placeres de
la noche; tus mejillas aún sonrojadas, tus ojos llenos de brillo,
tus labios, mojados por la pasión; tu cuerpo, aún en llamas; tu
pelo alborotado, anárquico testigo del delito de amarnos.
Las sábanas
que anoche nos revestían, andan por ahí desayunando.
Yo, de lado,
y con el codo apoyado en el lecho, la palma de la mano en la cabeza,
no me canso de mirarte. Entreabres los labios, buscando aire,
convirtiendo ese nimio acto en el más erótico de los momentos.
Recuerdo,
ahora, el día que me declare a ti.
Tú tenías
apenas veintidós años, superándote yo en tres años más. Nos
conocimos en Guillena; tu de allí, yo de La Torre.
Los sábados
nos encontrábamos en la discoteca, tu acompañada de tu grupo de
amigas, y yo del mío; cuando los dos grupos se hicieron amigos, ya
habíamos cruzado conspiradoras miradas.
Los ojos,
son los primeros galantes del cuerpo.
Después,
casi sin darnos cuenta, pues el tiempo se nos pasaba muy deprisa,
siempre estábamos juntos, hablando de mil cosas, importantes o no.
Te cité un
miércoles de mayo.
Fuimos con
el coche a Sevilla, al parque de María Luisa, a disfrutar de aquel
día de sol, y de todo lo que nos ofrecía aquel magnifico edén.
Almorzamos
sobre una manta en la hierba, oliendo a miles de fragancias,
escuchando aves en cortejo, mirándote a los ojos, riéndonos sin
saber de qué.
Tras la
comida el postre.
- Ana te
quiero muchísimo. ¿Quieres ser mi novia?
Una
sonrisa nerviosa adelantó el veredicto; luego, fortalecida por sus
labios dijo:
- Sí Juan. Te quiero.
Nuestros
labios sellaron,
el pacto
nunca abolido,
y en el
cielo, un manto azul,
discreto y
bello testigo.
30 años más
tarde...
Un hombre de
traje negro, se cruzó con dos empleados del cementerio, haciéndose
un saludo rápido, antes de salir por la puerta.
Cuando los
dos servidores quisieron volverse, él ya no estaba.
- Pedro.
Todos los sábados viene ese viejo, se pone ahí en ese nicho; y
mientras lo arregla, no para de hablar, como si la muerta lo oyera.
Lo he visto besar el nicho, llorar, y lo más raro, declarársele.
- Bueno, Manolo, eso tiene sus ventajas.
- ¿Qué
ventajas?
- Nunca
te va ha decir que no.
Pequeñas
sonrisas.
- Son
casi las dos, vámonos a por unas cervezas en la peña bética.
-
Ves, yo sí te voy a decir que sí.
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