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Munir fumando en pipa |
Una vez más nos alegramos de que un autor haya querido compartir su obra con El Libro en Blanco. Y como aficionados a la Historia, la alegría es doble. Munir Eduardo Eluti Cueto es escritor y poeta; y su relato Un círculo musical nos llega desde el otro lado del charco (Chile), así que la alegría se torna triple. Pasen y lean...
UN
CÍRCULO MUSICAL
"…En
esta posada los muertos
cuentan
su vida y se ríen de quien
estando
vivo desea estar muerto,
en
el más allá nunca dan de beber.
Alza
tu cerveza, brinda por la libertad,
bebe
y vente de fiesta,
y
a la muerte emborráchala…”
Fragmentos
de la canción: “La Posada de los Muertos”.
Y
sin embargo no quería sacarla debido a su enorme envergadura, ya que las
caballerizas reales son muy pesadas y costosas, pero sabía que tenía que
hacerlo, claro que en todo caso lo que él creía no tenía ninguna importancia,
ya que el sacarla de donde estaba estacionada era un deber.
Estacionada
se encontraba su caballeriza real, en la parte específica de su pieza; que
Julio César llamaba el anfiteatro romano. El mismo que en la antigüedad,
pasaban gladiadores, leones, y tigres. Ahí, en ese lugar específico de descanso
en la actualidad, pero de lucha en la antigüedad, era donde Julio César
acostumbraba a dejar su motocicleta Yamaha, y por donde transitaban además las gloriosas
caballerizas reales, que se dirigen a las ensangrentadas contiendas romanas y a
las carreras.
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Julio César |
Julio
César era muy ordenado con sus cosas y libros de la cultura romana, y lo hacía
como las gradas de tres partes: Ima cavea, media cavea y summa cavea, donde en
la antigüedad, los espectadores del anfiteatro romano, se ubicaban de acuerdo a
su puntual clase social. Porque la ima cavea era la parte situada entre la
orquesta y el primer praecinctio o diazona, que es un pasillo semicircular que
divide la cavea longitudinalmente en diversos sectores por un muro.
La
media cavea era la parte situada entre
el primer y segundo praecinctio; y la
summa cavea era la parte situada en el lugar más alto del graderío; mientras
que la cavea (tan nombrada) era la parte del teatro dotada de gradas o
peldaños, reservada a espectadores cuyo perímetro es semi circular en el
anfiteatro romano.
El
compromiso de Julio César era en la noche con fantasmas, sombras tenebrosas, imágenes y luchadores; con su
infinito manto de sombras que todo lo cubre era la fiesta, a diferencia de los
juegos del circo romano de la antigüedad, que se celebraban de día
Julio
César en los momentos en que ordenaba sus cosas en su anfiteatro romano
subterráneo, de acuerdo a sus respectivas y exactas jerarquías, no se distraía
recordando a su novia Magdalena.
Sí,
se llamaba Magdalena su novia por una obra de la arquitectura de la comunidad
de Sevilla (España), la iglesia parroquial de Santa María Magdalena, que data
del siglo XIII, en el año 1248 de su construcción.
Magdalena
era rubia, como los pelos de los yelmos que tenían los gladiadores, con una
linda imagen ya que Julio César veía en
ella a la figura de la emperatriz romana, la esposa del César.
Pero
desgraciadamente para Julio César Magdalena tenía serios retrasos psicológicos,
con una mentalidad santa e ingenua, ya que a los diez y ocho años, tenía la
forma de pensar de una niña de siete; porque le gustaba jugar con los
gladiadores del circo romano entre sus juguetes favoritos, y escuchar por poco
tiempo, las historias que Julio César le acostumbraba a contar, antes de
dormirse. Narraciones del anfiteatro
romano, que era un tipo de edificio público de dicha civilización,
utilizado para espectáculos de gladiadores y venationes, o lucha de animales.
Por consiguiente, Julio César contaba entre sus favoritos a los construidos en
Etrunia y Campania del siglo II antes de Cristo. Julio César además le contaba a Magdalena que la
diferencia más notoria entre el anfiteatro romano y el teatro romano clásico,
es que el anfiteatro romano es de forma circular u ovalada; mientras que el
teatro romano clásico es de forma semicircular, y por otra parte el circo
romano es utilizado para carreras, con forma elíptica.
Entre
las largas conversaciones de la cultura romana que tenía Julio César con
Magdalena, su tema favorito consistía en el anfiteatro romano más conocido
que era el Coliseo de Roma, llamado
“Anfiteatro Flavio”. En honor a la Dinastía Flavia, porque tenía una gran
estatua, el Coloso de Nerón; siendo construido por el emperador Vespasiano
entre los años 70 y 72 después de Cristo en el siglo I, en el centro de Roma.
Fue el anfiteatro más grande construido en el imperio romano, terminando su
edificación en el año 80 después de Cristo, por el emperador Tito; (y
modificado durante el reinado del emperador Domiciano). Su inauguración duró
100 días y consistió en sangrientas contiendas de gladiadores y fieras, por la
diversión del pueblo romano. Poseía una capacidad para 50.000 espectadores, con
80 filas de gradas, y los que estaban cerca de la arena eran el emperador y los
senadores, y a medida que se ascendía se situaban por los diferentes estratos
inferiores sociales. En el coliseo se llevaban a cabo luchas de gladiadores, y
espectáculos públicos, además de caza de animales, ejecuciones, recreaciones de
famosas batallas y obras de teatro de la mitología clásica, que duraron
quinientos años, celebrándose los últimos juegos de la historia en el siglo VI.
En la actualidad está considerado como uno de los monumentos más famosos de la
antigüedad clásica, declarado en 1980 Patrimonio de la humanidad por la Unesco.
Pero a Magdalena le aburrían incansablemente estas historias, que le
apasionaban a Julio César, y que le acostumbraba a contar antes de dormirse.
La
ubicación de la casa de Julio César, que se situaba en el campo, era la misma
que tenía el anfiteatro romano, vale decir al centro, igual que en Roma. Donde
hay dos calles principales que cruzan la ciudad de parte a parte: El cardo con
dirección norte-sur, y el decumano, con
dirección este-oeste. Como en la antigüedad, la misma que tenía el anfiteatro
romano, y que esta ubicación daba al centro de su campo, que peyorativamente le
decía Roma. La casa contaba con pisos de
madera, patio interior, exterior, ventanas y balcones.
En
la noche, los ladridos de Emperador hacían eco en todo el campo; al mismo
tiempo que el capataz Centurión llevaba el fusil como el tridente, similar a la
costumbre de los gladiadores romanos, ya que su tarea consistía en cazar al
lobo.
Mis
padres no estaban ese verano, pensaba Julio César, porque salieron en viajes de
negocios como quien visita al César, ya que eran las fechas de los juegos
romanos, como se habrían celebrado en tiempos de antaño.
Julio
César después de haberle dado las instrucciones al capataz Centurión de cazar
al lobo, toma su caballeriza real y se dispone a realizar el comienzo de su
trayecto hacia el Coliseo. Pero en la ruta realiza una mala maniobra, entre el
ruido de su caballeriza real y el asfalto del camino y se golpea su cabeza en
una rama. Claro que como llevaba su casco como yelmo, el daño no fue tan
notorio; por lo que Julio César cae al suelo ileso, recriminándose en sus
divagaciones mentales: Estoy concluyendo, que el haberme influenciado por los
romanos, al consumir vino con especias, seguido de lo que podrían haber sido
hongos alucinógenos que los gladiadores usaban de anestesia, para el dolor
después de sus combates, no fue bueno. Mientras se frotaba su cuerpo de dolor.
Pero
como Julio César no tenía en su poder, hongos alucinógenos, acostumbraba a
consumir para ocasiones de fiesta pastillas de “éxtasis”. Fáciles de conseguir
y canjear como denarios en las noches de bohemia de los bares; que le provocaban
alucinaciones, recordando la película “Gladiador”, el lobo, las historias que
le acostumbraba a contar a Magdalena, las estrellas luminosas del Coliseo, la
arquitectura romanticista donde el arte huye de la belleza exterior para buscar
la interior; porque de esta forma el arte predomina por sobre el ser. Julio
César también divagaba con la arquitectura romana, destacada por lo grandioso
de sus edificaciones, su solidez que la ha hecho perdurar en el tiempo, siendo
las construcciones muy semejantes unas a otras, y con mucha distancia entre
ellas, (como la distancia que existía de la casa de Julio César al Coliseo).
Porque la arquitectura romana, tiene su origen en la etrusca, influenciada por
la griega, después de las guerras púnicas del año 146 antes de Cristo; entonces
Julio César nunca pensó que al dirigirse al Coliseo, iba a una contienda como
la de los gladiadores romanos con seres pintados, propio del actual arte de las
juventudes que se suelen teñir los cabellos; como los antiguos yelmos que utilizaban
los luchadores de la antigüedad.
Una
vez que Julio César recuperó la
conciencia, despertó con dolor de cabeza, y yacía tendido en el suelo, con la
caballeriza real aplastándole las piernas, se paró se puso su casco, (que creía
que era un yelmo) y se dirigió al Coliseo.
En
el trayecto llegó hasta el arroyo para cruzarlo por el puente. Volteó la cabeza
que le zumbaba, apagó el motor de su caballeriza real, se bajo y contempló el
agua. Recordando la novela “Yo Claudio”. Al ver su reflejo en el arroyo, notó
que se había puesto el casco en la cabeza, y en el agua cristalina como de
fuente medieval, vio como una predicción que tenía puesto un yelmo de
gladiador. Subió a la caballeriza real y viajó del lugar donde estaba el arroyo hasta el Coliseo.
En
su interior habían pasillos con puertas de acceso, ya que a los teatros romanos
no se accedían por las laterales, (sí con los griegos), sino por las puertas o
“vomitorios”. Establecidas por el emperador Domiciano en la antigüedad. El
nombre del bar El Coliseo fue por sus proporciones y en homenaje a una estatua
de bronce de Nerón, que decoraba la sala como circo romano. Las gradas, que
eran puestos inferiores más cercanos a la pista, estaban reservadas a los
senadores, las situadas encima de ellas a los caballeros; en las demás las
gentes del tercer Estado, y las damas con los hombres.
Entre
toda la multitud de espectadores que
había esa noche en el bar el Coliseo, Julio César se abrió paso en la medida
que el público lo dejaba, porque los habitantes del pueblo correspondían a los
espectadores, quedándose en los asientos del emperador, vale decir su mesa
reservada, ya que las otras mesas de alrededores, las ocupaba otros
espectadores, y en la antigüedad correspondían a la familia del César, y a los
senadores; en ese especial lugar reservado ya que Julio César antes de salir,
había tenido la precaución de llamar al celular del portero del bar el Coliseo.
Y
tenía sus ubicaciones diferentes a las graderías donde estaban los palcos, que
los emperadores hicieron para ellos y sus acompañantes. Cuando llegó al coliseo
las estrellitas circulaban en la pista cambiando de color; y reflejándose en el
gran cetro circular metálico, parecido al del emperador romano que usaba para
los premios de los gladiadores que vencían.
Mientras
tanto en la casa de Julio César, el capataz Centurión recorría la comarca con
su rifle y tiros en el hombro izquierdo, por la costumbre de los gladiadores
que así cargan su tridente para dar cacería al lobo.
Después
de una ardua travesía entre el público, Julio César ya logra tomar ubicación en
su localidad especial. Por supuesto las cervezas y el vino con especias, según
la antigüedad no podían faltar en una noche celebración, ya que ese era el
consumo cotidiano de los gladiadores que sobrevivían al circo romano. Entre el
sonido de la música, Marco Antonio le
dice a Julio César que andan jóvenes punk dando vueltas, ya que en sus cabezas
se logra ver como yelmo los colores teñidos de su pelo, y el peinado tipo
mohicano igual que los cascos de los gladiadores; en una actitud agresiva.
Se
desplazaban por los alrededores de las afueras del coliseo, en sus respectivas
caballerizas, pero no eran reales como la Yamaha de Julio César. Tenían otras
monturas y banderines de alforjas, estacionadas afuera y sus jinetes estaban en
otra localidad circular, reían y consumían vino con especias, al igual que
Julio César. Usaban chaquetas de cuero negro, y algunas recortadas en sus
mangas, como cotas de maya, además de medallones de la suerte para los combates
de los gladiadores, según viejas leyendas.
Los
seis tenían peinados tipo mohicano, cortados a los lados, calvos y pintados
colores rojos, como los cascos de la antigüedad, similares a los yelmos de
guerreros romanos como los de la novela “Yo, Claudio”. El rock se escuchaba por
la pista circular, como si se tratara de una arena caliente al sol, una arena
donde se enfrentaban los gladiadores, y afuera en la entrada se veía el letrero
luminoso que decía bar “El Coliseo”.
Por
otra parte el lobo merodeaba el campo, al mismo tiempo que el capataz Centurión
dispara al aire, para tratar de ahuyentar al lobo, y en esos momentos de
tensión piensa, “quizás podrá atacar a Magdalena, o está en problemas”;
entonces en una nocturna carrera se dirigió al campo. El lobo al oír el tiro,
corrió por la puerta trasera de la biblioteca de la casa de Julio César que
estaba abierta hacia el campo. En eso el capataz Centurión llega por su lado
derecho, y el lobo le pasó rozando desapareciendo en la espesura de la pradera,
sin poder cazarlo.
En
el Coliseo los amigos de Julio César no pasaba de la primera ronda pero Julio
César estaba mal. ¿Le habría afectado el viaje?. ¿El golpe?. ¿La lectura de la
obra “Yo, Claudio”?. ¡No!. Estaba mareado y es porque había caído víctima de
las ilusiones etílicas, ¡encerradas!, en su envase de cristal. Más el efecto de
las pastillas de éxtasis. En ese momento, cae a la mesa adonde estaba Calígula,
un botellazo de la otra mesa que decía: ¡Son unas plastas!. Volcando los
tragos. Al mismo tiempo que unas miradas de odio se cruzaban de mesa a mesa.
Octavio
Augusto intentó controlar la situación si les reponían el vino con especias,
pero fue inútil. Marco Antonio ya estaba listo para luchar, y Julio César no
sabía qué pasaba, había escapado de la realidad, desfilaban imágenes en su
mente, viéndolo todo color negro, como la más oscura de las noches, en una
dimensión perdida entre el tiempo y el espacio.
La
contienda era cruenta, los gladiadores amigos de Julio César ya estaban de pie,
y los romanos contrarios con pelos en sus yelmos listos, para iniciar el
combate como se acostumbraba a realizar en el circo romano, además ya se habían
saludado. Claudio escuchaba rock, que a Julio César le parecía el alboroto del
público, y los gladiadores contrarios blandían sus armas blancas, (que como
filosas espadas) eran cuchillas y cadenas, como las que usaban los gladiadores
con una boleadora.
Se
inició la lucha con un bloqueo que Julio César le hace al primer atacante,
mientras que Aquiles lo aturdió a golpes de puño en su cabeza, destrozándole
parte de su cabellera roja. Marco Antonio esquiva a uno que lo quiso apuñalar
con su daga, haciéndole una llave para luego romperle el brazo. Atacan a
Calígula con un cadenazo, y el atacante es contrarrestado por Octavio Augusto,
con una silla de las tribunas para dejarlo inconsciente.
Otro
contrario atacó a Aquiles, pero fracasa por ser interceptado por Marco Antonio,
ya que Aquiles no caminaba bien producto de haber recibido una herida en el
talón. Los últimos dos gladiadores en la arena circular, desenvainan sus dagas
y se toman espalda con espalda, por la antigua formación de defensa, propia de
los gladiadores acorralados.
Pero
no les valió esta maniobra, ya que Octavio Augusto, Pericles, Calígula y Marco
Antonio son hábiles luchadores en técnicas cuerpo a cuerpo, dejándolos
aturdidos a golpes de pies y puños.
Julio
César no se sentía bien, todo le daba vueltas, perdía el equilibrio. -¿Qué te
pasa?, - le preguntó Pericles. ¡Na……da!, dijo tartamudeando, y en ese momento
se le nubló la vista, lo vio todo color negro, para desplomarse de espaldas en
la pista, que halló blanda como una caliente arena circular propia del circo
romano.
Mis
amigos disfrutaban del rock -pensaba Julio César-, mientras lo miraban ahí
tendido de espaldas, ya no pensaba en Magdalena, en el Capataz Centurión, en
atrapar al lobo, en sus historias del circo romano, ni en su viaje al coliseo.
Mis amigos me contemplaban como yo estaba ya en el suelo, escuchando como la
multitud aclamaba mis hazañas; y mi mente caía en un profundo silencio, oyendo
exteriormente el rock. Era un silencio oscuro, tenebroso, nocturno, y cansador
dentro de Julio César, en ese sangriento, arenoso, caliente, y musical círculo
de la muerte.
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