sábado, 5 de noviembre de 2016

Conoce a Miguel de León

Ha llegado el primer sábado de noviembre y no faltamos a la cita mensual con tus escritores y escritoras locales, en nuestro afán por acercártelos más y que puedas conocer el buen trabajo que realizan. En esta ocasión tenemos el enorme privilegio de poder hablar con uno de los escritores que más ha sorprendido a la comunidad de lectores y a la crítica especializada con su fascinante novela "Los amores perdidos", hablamos de Miguel de Léon.
Miguel de León en una visita
 a El Libro en Blanco
Miguel de León nació a finales de 1956 en La Laguna y creció en el seno de una familia muy humilde que residía en Valle de Guerra. Tuvo que comenzar a trabajar siendo un niño, a los once años empezó a ayudar a sus hermanos pequeños: repartió periódicos, colaboró en una procuraduría y fue aprendiz administrativo mientras estudiaba con los adultos en horario nocturno. A los quince años tuvo que interrumpir su formación y ponerse a trabajar como peón albañil, freganchín, pinche de cocina y en un sin fin de oficios. Años más tarde se formó como programador informático y, en 1992, estableció una pequeña empresa que sigue funcionando a día de hoy. 
Durante toda esta larga e intensa trayectoria llenó el tiempo libre del que dispuso de apasionantes horas de lectura y jamás le ha abandonado ese niño enfurruñado que estaba empeñado en convertirse en escritor. Miguel de León es un luchador incansable, dotado de un talento especial para la literatura.

No te entretenemos más y vamos con la entrevista, a ver qué nos cuenta Miguel de León.

P- ¿Quién es Miguel de León?
R-  Pues soy esto, con exactitud. Alguien que todos los días de su vida ha intentado responderse a esa pregunta. Un tipo sin muchos amigos, ni siquiera en las redes sociales. Un fulano de ninguna parte, sin tribu, ni de aquí ni de allá ni de un lado ni del otro, un ser de la frontera, habitante de la tierra de nadie. Para vivir tuve que aprender a luchar, y soy un luchador; para sobrevivir tuve que soñar, y soy un soñador

P- ¿Cuál fue el personaje de “Los Amores Perdidos” que más te costó crear?
R- En un sentido, Rita Cortés. Es el más hondo y complejo, el menos previsible. Es también el que a, mi gusto, es más completo. En otro sentido, el de mayor complejidad técnica por las dudas que me planteó fue el de Alejandra Minéo. Porque ella ocupa casi por entero el final de la novela y es una chica joven. Una mujer de ahora. Su personaje hubiera debido llegar a la altura de muchísimos personajes femeninos de enorme fuerza que se suceden en las dos partes anteriores, pero eso la habría alejado de su condición dentro de la historia, la habría hecho menos creíble. El problema radica en que para hacerla verosímil, debía vestirla de lo que lleva una chica joven, ausencia de malicia, afán de superarse, necesidad de amigos, voluntad y vigor para conquistar el futuro. Y es una chica enamorada que no está dispuesta a renunciar. De manera que tuve que echar adelante con esas premisas y sufrí al compararla con los otros personajes femeninos.

P- ¿Cómo se construye una novela con más de 70 personajes?
R- Dejándose llevar por la historia. Es ella la que debe guiar los pasos. En mi caso, eso me obliga a ser muy cuidadoso en cada elección del camino, porque puedo terminar empantanado, sin otra salida que la de empezar de nuevo.
Miguel de León conversando con Erminda Pérez en la pasada Feria del Libro de Santa Cruz.
P- ¿Hay algún personaje en el que podamos ver reflejada la personalidad de Miguel de León?
R- Es muy probable que en todos y cada uno. Sé amar en silencio, sin venderlo; en ese sentido me parezco a Arturo Quíner. Preferiría vivir debajo de un puente que postrado ante nadie; en ese sentido me parezco a Ismael Quíner. Como ellos, yo defiendo mis libertad de pensamientos y mis convicciones hasta el último aliento, cueste lo que cueste.

P- Rita Cortés, Dolores Bernal, Arturo Quíner, Alejandra Minéo, Ismael Quíner, Alfonso Santos, María Bernal, Jorge Maqueda o Francisco Minéo; todos ellos son nombres de personajes de mucho peso en tu novela, algunos muy buenos, otros muy malos pero, ¿hay alguno por el que Miguel de León sienta una especial predilección o animadversión?
R- Los amo a todos, incluso a los 'malos'. Para concebirlos necesito amarlos y comprenderlos. En una segunda lectura es fácil notar que los que son 'malos', están menos definidos en su interior. No están tan claros en sus intenciones. Es así porque no soy capaz de adentrarme en ellos. Por eso necesité varias reescrituras de Pablo Maqueda. No era capaz de comprenderlo, hasta que descubrí que era un ser derrumbado que me inspiraba compasión, y desde ese momento pude desarrollarlo y conseguí reescribirlo por completo sin que me asaltara la duda.

P- ¿Cuánto tiempo transcurrió desde que terminaste el manuscrito de Los Amores Perdidos hasta que lo viste publicado por Plaza & Janés? ¿Te planteaste en algún momento tirar la toalla?
R- Del borrador final tres años, pero con anterioridad a ese hubieron al menos cuatro borradores, incluyendo el primero, escrito mal a posta. Desde la primera vez en que empecé a darle vueltas al personaje principal hasta que comencé a escribir la primera página, con la intención de que fuese una novela, transcurrieron doce años, desde allí hasta el día en que salió publicada por lo menos otros doce. No me plantee tirar la toalla, porque una vez escrito el objetivo final estaba cumplido. Lo demás, verlo en todas las librerías de España, costó más que lo primero, pero no fue más que el premio por haberla escrito.
"Los amores perdidos", una apasionante novela que te cautiva desde la primera página.
P- ¿De dónde te viene la pasión por escribir?
R- De la lectura, sin duda alguna. De niño era mi único entretenimiento. Y si hubiera podido continuar asistiendo a clases, que tuve que abandonar con quince años, habría comenzado a escribir mucho antes. Aunque, con sinceridad, no creo que nada de lo que hubiera escrito tuviera el interés de lo que escribo ahora, seguro como lo estoy de que la buena literatura debe pasar por el fuego, cocinarse durante décadas en el crisol de la vida. Es un camino muy duro, pero estoy satisfecho de haberlo seguido.

P- ¿Cómo es esto de abrirse camino en el mundo de la literatura?
R- Complicado. Y temo que no acaba nunca. Que a antes de cada paso haya que seguir, machete en mano, cortando la maleza.

P- ¿Qué libro recuerdas con especial emoción?
R- Los que leí cuando era un niño. Los que me formaron como persona. Los que me hicieron distinto a quienes me rodeaban. Y de ninguna manera podría decir este o este otro y dejar fuera a los demás.

P- ¿Un escritor nace o se hace? 
R- Un escritor cierto día se da cuenta de que para él carece de sentido continuar viviendo sin escribir. Aunque haya quienes lo eligieran como hubieran elegido cualquier otra ocupación, decidiendo ser escritor como quien decide ser abogado o dentista, lo que es legítimo, pero nada tiene que ver con el hecho de la Literatura. Hay quienes se formaron buscando información, haciendo cursos, frecuentando el mundillo. Esa es una manera tan buena como cualquier otra de llegar a serlo. A algunas personas les ha funcionado, y eso no excluye otras posibilidades. Sin embargo, otros en el extremo contrario han echado a caminar por una razón más difusa, menos precisa para ellos mismos, siguiendo un impulso momentáneo. La diferencia es que el primero habrá pisado las huellas que siguieron muchos en tanto que este otro habrá abierto sus propias veredas. No tengo que decir cuál de los dos será el favorito de los lectores.

P- ¿Qué vida de personaje literario te gustaría vivir?
R-  Es tan difícil de responder esa pregunta, y al tiempo tan fácil. La del libro que esté leyendo o escribiendo en cada momento. Me enamoro siempre de los personajes, pero ese amor se me pierde de vista en cuanto empiezo con el siguiente. Y me pasa en idéntica medida como lector y como escritor. En cuanto a personajes, así, tan adúltero y promiscuo soy. Un veleta sin remedio.

P-  ¿Qué consejos darías a todas las personas que desean convertirse en escritores?
R- Escribir a diario, aunque sólo sea media página. Y que lean mucho, sobre todo a los clásicos.

P- Tu novela "Los amores perdidos" viene a desarrollarse en diversos espacios, como Nueva York o Madrid y, muy especialmente, en El Terrero, pero ¿nos cuentas qué es El Terrero?
R-  El Terrero es el pueblo de nuestra infancia, el que cada lector tenga en su mente. Yo lo dibujé poblado de la querida gente de nuestras queridas Islas Canarias porque es el que conocí, pero es un espacio impreciso y sin asideros temporales. Un lugar ingrávido frente al lector, cuyo objetivo era el de provocar que fuese él quien, en su imaginación, le pusiera los contornos definitivos. Para mi sorpresa, lo conseguí con todos los lectores de las islas, pero también con los de fuera de ellas. Resultó que todos recuerdan a ese pueblecito de sus ancestros que llevan en la memoria. De esa manera tan satisfactoria he sentido el acierto del resultado, que ahora me inclino a dejar que otros relatos compartan esa característica.

P- Nos gustaría comentar contigo un pequeño pasaje de tu novela:

 <El paisaje humano en los pueblos y aldeas no había cambiado del que recordaba. Las mujeres, fuertes, ardientes y hermosas en la juventud, se convertían en matriarcas venerables en la vejez. Los hombres recios, impenetrables, rudos y, por lo general, de llana y recóndita nobleza. Gente sin doblez, de una sola palabra, que continuaba teniendo a orgullo el cuidado de sus ancianos y enfermos y que seguía acogiendo a los visitantes con el calor de una hospitalidad legendaria.> 

En esta descripción genérica que haces del paisaje de los pueblos y aldeas, nos parece percibir un enorme sentimiento de nostalgia y, ¿tal vez se esconde una crítica a nuestra sociedad actual?
R-  Sin duda es ambas cosas. El sentimiento de nostalgia y la crítica a nuestra sociedad actual. La nostalgia de un tiempo que no era mejor que el de ahora, porque brutos y violentos lo éramos entonces más que ahora. Para mostrarlo con la adecuada vestimenta, introduje al personaje de Chano, el pobre tonto del pueblo a quien tanto hacían sufrir. Allí la gente era buena y mala, al tiempo una cosa y la contraria, y nadie era bueno o malo todo el tiempo ni en todas las circunstancias. Pero sí que a diario asistíamos a instantes de barbarie, pero también a episodios de callado heroísmo, de refulgente nobleza, porque donde no llegaban las instituciones, inexistentes o vacías, tenía que llegar la gente con sus sentimientos y su capacidad para socorrerse. En eso de amar en silencio, de ser esforzadamente solidario sin que nadie llegue a saberlo, la gente de nuestra tierra, de antes y creo que todavía de ahora, no tiene equiparación. En la época actual todo tiene un precio que casi nunca guarda relación con su valor. A todo se le concede que vale sólo por su capacidad para generar réditos económicos. Todo interesa no por la importancia que tenga para las personas sino por lo que es posible sacarle en dinero contante. Es decir, tenemos hospitales, gente que atiende a enfermos y ancianos, existen instituciones públicas y empresas privadas que atienden esas necesidades, pero el objetivo de su existencia no está en el de prestar esos servicios sino en el de ganar dinero haciéndolo. En realidad nunca trabajamos en interés del bienestar del otro sino en el interés de nuestro peculio. Ese es el mal que nos aqueja. El que nos ha llevado a la crisis y volverá a llevarnos a ella una vez y la siguiente, mientras sea rentable para unos cuantos. Hasta que nos hartemos del todo, claro.

P-  Nos gustaría preguntarte por el capítulo 32, en el que te sales un poco del relato para contarnos la historia de Pedro Antón, un guardia civil en la España de 1936. ¿Por qué sentiste la necesidad de escribirlo?, ¿qué le aporta a la novela?
R- Como suponía, el relato de las niñas en el colegio de monjas me puso en contra a media España, y ese relato de los guardia civiles a la otra media. Es muy difícil escribir intentando llegar al alma del lector, lo que no es posible conseguir si se le escamotea la verdad. En cuanto se comienza a hablar del contexto social donde se mueven los personajes, hay que recurrir a la Historia, incluso para no hablar de ella. Y entonces descubres que tenemos la Historia que tenemos, que no existe otra. Que las cosas fueron como fueron, terribles para casi todos aunque más para unos que para otros. Y que gente buena y vil, cobarde y heroica, pequeña y grande, se hallará donde sea que uno mire. Que la gente se cambió de bando mucho menos por razones de ideología que por asuntos como una burra, que estaba a punto de parir, o la niña que la habían dejado encinta y quería casarse, o porque uno de los padres se había puesto enfermo, o porque era muy jodido estar separado de la familia. Ese capítulo me sirvió para vestir al personaje de Dámaso Antón, el tercero más importante de la trama central, y me sirvió para equilibrar la novela. Sé que está bien equilibrada porque me han llamado rojo o facha, según quien diera la opinión. En otro sentido, ese capítulo es un juego literario. En el contexto de la novela es un capítulo, fuera de ella es un cuento. Dentro de ella, funciona como capítulo, leído fuera de ella, se verá que es un cuento. Me gusta el resultado y es muy probable que lo repita en la próxima novela. Debo decir que la idea no es mía. Es del padre de la Novela: don Miguel de Cervantes Sahavedra. En El Quijote hay relatos larguísimos y sabrosísimos que no hablan del Caballero Don Quijote y su escudero Sancho Panza, sino de personajes que nada tienen que ver con ellos. Válgame, pues, mi capítulo 32, como homenaje a mi tocayo, el Maestro de todos los maestros.

P- En Los Amores Perdidos podemos hacer un viaje en el tiempo y en el espacio a lo largo de decenas de años de la historia de nuestro país, ¿ha cambiado mucho la España en que vivimos de la de los años treinta y cuarenta?
R- Claro que ha cambiado. En mucho para mejor, pero en mucho para peor. Aunque con otro semblante seguimos siendo tan incultos y bárbaros como siempre fuimos. Nuestro desconocimiento del pasado, nos hace cometer los mismos errores de entonces, trayendo al presente los viejos fantasmas que nunca hemos querido enterrar, sin remedio, una y otra vez, sin concluir nunca ni cerrar las heridas. En algún momento deberíamos parar, echar un vistazo atrás y reconocer que por este rumbo de incultura demente no llegaremos sino a nuestro abismo de siempre, después de dar otra vuelta tortuosa por los sucios arrabales de nuestra agotada y ya cansina historia.

P- ¿Con qué personaje literario te tomarías un café en El Libro en Blanco?
R- Con Macario, con Blakamán el Bueno y con Sancho Panza. Con los tres a la vez. El Macario de Juan Rulfo en "El LLano en llamas", el Blakamán el Bueno de García Márquez. El Sancho Panza que no necesita aclaración porque es nuestro Sancho Panza de todos, desde siempre para la eternidad. 
García Márquez, una inspiración para Miguel de León.
P- ¿Nos puedes adelantar algo sobre tu próximo proyecto literario?
R- Dicen que esto no debe hacerse, pero yo soy el que soy, a ver quién me para. Estoy con varias cosas a la vez. La que llevo más avanzada es "Almas en el páramo"´. Bajo ese título provisional, empiezo a tener ya una novela repleta de personajes, divertida unas veces y terrible en otras, espero que entretenida siempre, y creo que es original.

P- ¿Qué ha significado Los Amores Perdidos para Miguel de León? 
R- Los Amores Perdidos le ha dado sentido a mi vida. Ya sé para qué la he vivido.

P- Para finalizar, nos gustaría que recomendases un libro a nuestros lectores.
R- El libro bueno para recomendar es el siguiente que cada quien tenga en su lista. Al lector empedernido o al aficionado, no se me ocurre la impertinencia de darle consejo en este sentido, antes haría bien en pedírselo. Por tanto, dirijo esta respuesta a quien sienta que pudiera serle de interés mi opinión. A ese, le digo que si no tiene el ojo echado a ninguno —pausa para la regañada—, puede probar con "Crónica del rey pasmado", de Gonzalo Torrente Ballester, por mencionar uno entretenido, jugoso y cargado de humor. Tampoco estarían mal "La conjura de los necios", de John Kennedy Tool, incluso "Todas las criaturas grandes y pequeñas", de James Herriot. Tres bocados exquisitos. Y me permito añadir, que si no ha leído "El Quijote", que lo lea. Si fue que lo intentó y no pudo, que vuelva a intentarlo. Hay una edición de la RAE con comentarios que facilita mucho comprenderlo. Si ya lo ha leído, que vuelva releerlo. Cuando la cosa se ha puesto difícil de verdad, que pruebe con la segunda parte antes que con la primera. Merece la pena el intento. De igual manera con "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez. Si fue que se les hizo difícil, que recorran la ruta a la inversa: empezando con "Crónica de una muerte anunciada", a continuación "El amor en los tiempos del cólera" y ya verán el fabuloso paisaje en que nos sumergimos cuando se le pilla el sentido a "Cien años de soledad". Y para esto de la recomendación de libros tengo un truco infalible: cada lector debe tener su librero de cabecera. Que vaya a la librería, que ojee, que le pregunte al librero, mirándolo a los ojos, porque no existe mejor oráculo a quien preguntar por los libros buenos.
Miguel de Cervantes es uno de los máximos referentes
para Miguel de León.
Pues hasta aquí la entrevista con Miguel de León, esperamos que hayas disfrutado con ella tanto como nosotros y te invitamos a leer "Los amores perdidos", seguro que la novela no te defraudará. Agradecemos a Miguel de León que nos haya concedido su tiempo y se tomase la molestia de contestar a nuestras preguntas, ha sido un enorme placer y le deseamos mucha suerte con sus nuevos proyectos, ansiosos esperamos la culminación de "Almas en el páramo".

Te dejamos algunos enlaces donde podrás encontrar más información sobre Miguel de León:

Ficha del libro:
Título: Los amores perdidos.
Autor: Miguel de León.
Editorial: Plaza & Janés.
Lugar y año de edición: Barcelona, 2015.
Formato: Rústica con solapas.
Páginas: 618
ISBN: 978-84-01-01589-2
PVP: 18,17€



Te emplazamos para el primer sábado de diciembre con una nueva entrevista, en este caso a un escritor y personaje bien distinto, que cultiva otro género literario, el del humor, nos referimos a Felipe Ortín, autor de "Idus de Julio".

Hasta entonces, ¡felices lecturas!

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